Estas palabras no provienen, deben saberlo, de una persona ducha en videojuegos ni de alguien que haya jugado al juego homónimo a la película pero sí disfrutó algunas horas de su vida jugando a los Prince of Persia de antaño, un poco del 1 pero principalmente el 2.
No es que tenga importancia la comparación entre la película y el juego a partir del cual surge, ni tampoco tendría por qué tener más validez que la película refleje fielmente el espíritu o la historia del juego, porque ya sabemos que este tipo de films poco tienen que ver con la ambición artística de alguna mente soñadora y más bien vienen de la mano de la visión marketinera del productor, que en este caso es el famoso Bruckheimer. No suele salirle demasiado bien, pero en este caso le salió especialmente mal.
Sí, tiene efectos visuales que recuerdan especialmente al último juego que ya venía con los gráficos típicos de la actualidad -mucho más "realistas" que los tan bonitos arcade-, según me ha comentado un jugador. Hay algunos vestigios de lo que eran los primeros juegos: muchos saltos entre techos, algunas trepadas. No hay enigmas, pasadizos ni trampas, cosas características de los pasillos de los palacios en los juegos. Lo que se le suma son un sinfín de piruetas de circo que no están filmadas con gracia y el movimiento de cámara las sigue de forma lineal y con un exceso de planos que desorienta más que armonizar las acrobacias.
Es imposible, si uno ha visto alguna vez Aladdin, o si la ha visto unas 30 veces en su vida, como quien les cuenta, no encontrar sorpresiva y hasta risueña la similitud de una de las primeras escenas de Prince of Persia con el comienzo de la mucho más agraciada Aladdin. "Es igual", le decimos a nuestro compañero de butaca contigua. Se ha dicho en una reseña de RottenTomatoes, por ejemplo, que el comienzo era igual pero sin el monito simpático (Abu, fantástico personaje). Acá creemos que Jake Gyllenhaal hace muy bien de Aladdin y de monito simpático al mismo tiempo (no es desprestigiarlo, el señor actúa bien aunque en esta ocasión no tenga un despliegue específicamente destacable; está mucho mejor que la momia Kingsley).
No repararemos en la creación del universo del imperio Persa porque de entrada todos hablan un inglés perfectamente estadounidense, hasta el esclavo negro de una tribu lanzacuchillos que sirve a un comerciante que gusta de organizar carreras de avestruces. ¿?
Y resulta que el negro, el comerciante, los hassassins cuyo jefe es igual al "emperador" se van entrelazando en la historia; sin coherencia aparecen y desaparecen para darle un poco de color a la trama que amenaza con cerrar y no cierra, que da vueltas simples y esperables (cambian el rumbo por un golpe en la cabeza que los deja en manos del primero que pasa; frente a los asesinos profesionales y terroríficos que los rodean y con la resolución de los conflictos clave en la punta de la lengua pierden el tiempo sin problemas; etc.) pero que más que vueltas son frenos que se le imponen a la historia porque parece que no se les ocurrieron originales ideas de ponerles trabas a los héroes.
El insulto al espectador es la redundancia de las líneas explicativas en las escenas en que el protagonista entiende por dónde viene la mano, para qué sirve la daga mágica y todo lo demás y nos cuenta con su mejor cara de animador de fiestas infantiles. No era necesario, pero es que hay gente que todavía quiere que los escritores de Lost les resuelvan todos los interrogantes explícita y verbalmente y achaten de una vez y para siempre la multiplicidad de significación del buen relato.
Lo insólito de la narración llega a su punto cúlmine cuando el mundo está por desaparecer, toda su vida y sus propios destinos están en juego y resulta que los tórtolos paran el universo para darse un besito. Por favor.
Luego de esto, se imaginarán, sólo puede quedar por mencionar la alevosía del poster promocional que no esconde uno de los pocos intentos (fallidos) por sorprender al espectador. Spoiler hasta en el poster, sí. ¿Qué le queda al público contenidista? Para otros públicos no hay nada.
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