En principio, no sé por qué se llama Ghost Town, no hay mucho de ciudad en la historia y lo que hay de fantasmas no es particularmente fantasmagórico (no porque no sean fantasmas tradicionales, sino porque son básicamente personas con características holográficas) ni se dice mucho de ellos. Y parece más nombre de película chota de suspenso-thriller-terror. No importa; es una "comedia romántica", lo que para Hollywood significa generalmente relegar para el último puesto la utilización de recursos cinematográficos que indiquen o sugieran alguna búsqueda de expresión más allá del diálogo (o los silencios explícitos).
Si uno se preguntara de qué va la historia podría decir que hay un señor desdichado, el dentista Dr. Pincus, que detesta la interacción con otros seres humanos. Y la evita a toda costa hasta que.
Lo que el dentista pensaba que eran alucinaciones producidas por algún problema con su colonoscopía resultan ser fantasmas con los que puede hablar y a los que puede ver. No hace falta explicarle a nadie que los fantasmas se quedan "entre los vivos" hasta que resuelven sus asuntos pendientes, es ya parte del acervo cultural, así que una cosa menos en qué pensar.
Es el espíritu interpretado por Greg Kinnear el que toma la posta e intenta convencerlo de que lo ayude, con la promesa de liberarlo del resto de los fantasmas que lo acechaban.
Para darle forma a una trama de una película para la cual la idea inicial debe haber sido "traerlo a Ricky Gervais con su humor silencioso, gestual, y temple inglés a las comediongas de hollywood" agregan al canchero estadounidense y -no puede faltar- a la minita en discordia. Se ve que las películas ya no pueden no tener en su trama una relación íntima-amorosa, así es que cuando el fantasma de Greg Kinnear le pida que separe a su viuda de su actual novio, será el Dr. Pincus el encargado de poner las manos en la masa. Y no tendrá más remedio, mire cómo es el cine comercial, que enamorarse de ella. Tan cínico es el cine comercial que se tendrá que enamorar de la insoportabilidad de Téa Leoni, con su rigidez expresiva y su constante pretensión forzada.
Sin embargo no es la historia de la relación de este señor con los fantasmas (accesoria), ni con la mujer en cuestión, el punto fuerte de esta película. El humor que pasa por Gervais es, fundamentalmente, lo que hace al film. Lo desinteresado y antisocial del rol de Gervais no es suficiente, pero sumando el Tourette que parece tener cuando le grita y le hace gestos a los fantasmas y la dinámica que consigue con algunos personajes (secundarios, como la médica que está igualmente fuera de los parámetros esperables de sociabilidad, o su colega dentista) se consigue un personaje que se pone al hombro el resto de la historia y todas las faltas de sensibilidad cinematográfica (de dirección, de guión, etc.) que tiene el film. El pobre Gervais llega con lo justo, arrastrando las rodillas por el suelo, pero llega.
*mención aparte para el chiste de los violines que se roban de The Simpsons. Sí, Krusty, pero tú se lo robaste a...
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